Yanga, Ver. – En el histórico pueblo de Yanga, a solo unas calles de la plaza que honra a Gaspar Yanga, símbolo de libertad para la comunidad afrodescendiente, se encuentra la casa de Dionisia Flores Collado, mejor conocida como «Doña Niña».
A sus 80 años, esta mujer, junto con su hija María del Carmen Ramírez, ha convertido su cocina en un espacio donde la tradición afromexicana y española se encuentran en un solo platillo: el «Mole de Frutas», una creación que rinde homenaje a la tercera raíz de México.
Doña Niña, originaria de Palmillas, una comunidad afrodescendiente en Veracruz, se ha convertido en una embajadora de esta herencia culinaria.
A través de sus moles, ha logrado conquistar paladares de México y otros países, llevando con orgullo el sabor y las historias de su gente.
«Nos dicen que lo que hacemos aquí es cocina de amor», cuenta sentada en su sala, rodeada de los aromas intensos de las especias que hierven en la cocina.
El mole de frutas no solo es un platillo, sino una fusión cultural, el reflejo de siglos de historia entre África, América y España.
Desde los 14 años, cuando fue prácticamente obligada a aprender el arte del mole por su imponente tía afrodescendiente, doña Niña ha cocinado como un acto de memoria. «Mi tía decía que aprender era nuestra forma de salir adelante, y esa herencia se quedó en mi corazón», recuerda con una sonrisa nostálgica.
El proceso para crear el mole de frutas es largo y minucioso.
Doña Niña y su hija deshidratan las frutas frescas en el horno: guayabas, manzanas, piñas y arándanos que luego son picadas y ligeramente fritas antes de integrarse al mole.
Cada paso, desde la elección de las frutas hasta la mezcla de especias, es una ceremonia de dos días que culmina en un platillo de sabores complejos y equilibrados. «No es un mole cualquiera; no queremos que se reseque ni que sea demasiado aguado, cada ingrediente debe contar su parte de la historia», dice María del Carmen mientras remueve con cuidado la mezcla espesa y fragante en la olla.
Doña Niña recuerda el origen de esta versión afrutada del mole con un dejo de melancolía.
«Mi amiga Amada me habló de un mole de frutas que había probado en una cocina española. La idea me atrapó al instante, y nos dispusimos a hacerlo juntas, pero poco después ella falleció. Quedé con la receta, y desde entonces he buscado perfeccionarla, porque sé que ella también está presente en cada mole que hacemos», cuenta emocionada.
La combinación de ingredientes y técnicas ancestrales les ha ganado seguidores tanto locales como internacionales.
Hoy, el mole de frutas ha cruzado fronteras, siendo enviado a Oaxaca, Estados Unidos, Colombia, y hasta España. Doña Niña no podría estar más orgullosa: «Es una alegría saber que el amor que le pones a lo que haces le gusta a la gente, que puede sentir un poco de nuestra historia en cada bocado».
Tres generaciones de la familia han aprendido a hacer este mole, asegurando que esta tradición viva mucho más allá de las paredes de la casa de doña Niña. Para ellas, el secreto está en el cariño que depositan en cada paso del proceso, cocinando como si cada plato fuera para sus seres queridos.
Y así, cada cucharada del mole de frutas cuenta la historia de una comunidad que, como el propio Yanga, sigue luchando por el reconocimiento de su cultura y raíces.